En camino a Masada

Lo ideal es llegar a Masada al amanecer para contemplar desde allí la salida del sol. Para eso se puede pasar la noche anterior en Arad o en el Mar Muerto y salir muy temprano. Pero es más común llegar desde Jerusalén. De cualquier modo conviene hacer la visita en la mañana para evitar el calor del mediodía, sobre todo en verano. Y para aprovechar el resto del día visitando otros sitios de interés en la zona: como la Montaña de Sodoma, el oasis de Ein Gedi, las ruinas de Qumrán y, sobre todo, aprovechar la increible experiencia de flotar en las aguas del Mar Muerto.

La fortaleza de Masada fue construida por el Rey Herodes (reinó bajo tutela de Roma entre los años 36-4 a. C.), como refugio ante una posible revuelta en su contra. O ante una invasión de Marco Antonio, cuya amante Cleopatra deseaba sumar el Mar Muerto a sus posesiones, con su ya entonces producción internacional de perfumes, cosméticos y pociones curativas. Para comprender las construcciones de Herodes hay que considerar dos de sus características: era totalmente paranoico (1) y megalómano (2). Era tan paranoico que mató a su mujer y a varios de sus hijos por miedo a que lo depusieran. Ya que su mujer, Miriam, era descendiente de la dinastía hasmonea, teóricamente los legítimos herederos al trono. Tan paranoico era que construyó su fortaleza de escape en una meseta por entonces casi inaccesible, extremadamente difícil de atacar y la abasteció con comida para 30 anos. Tan megalómano que todo lo que construía lo hacía lo más lujoso y lo más enorme posible (¿qué diría Freud?): el Templo de Jerusalén, el puerto de Cesarea, la fortaleza de Masada.

Décadas después de la muerte de Herodes, en el año 66 d. C., estalló la mal llamada Gran Rebelión (no fue la más grande) de los judíos contra los romanos, que acabó el año 70 con la destrucción de Jerusalén y el Templo. Destrucción por la cual los judíos guardamos luto hasta el día de hoy. Un pequeño grupo de rebeldes continuó la resistencia desde el último bastión: Masada. Los romanos, que no eran de dejar las cosas sin terminar, menos cuando de aplastar rebeliones se trataba, sitiaron Masada y lograron tomarla en el ano 73. Cuando por fin llegaron a la cima no encontraron resistencia, sino 900 cadáveres. Los rebeldes prefirieron suicidarse que dejarse capturar vivos, evitando que las mujeres fueran violadas y los ninos vendidos como esclavos. En Masada es costumbre leer el emotivo discurso de Eleazar Ben Yair, comandante de los rebeldes, pronunciado en vísperas del suicidio colectivo, según Las guerras de los judíos del historiador Flavio Josefo.

A Masada se puede subir a pie o en aerocarril. Arriba visitaremos los depósitos de comida, la cisterna de agua, el baño romano con sus cuatro salas, el piso superior del palacio norte, la sinagoga, etc.

La meseta de Masada.
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