Métodos de sepultura en el judaísmo (IV): la época de la Diáspora

La llegada al poder del Imperio bizantino merma la poca estabilidad que el pueblo judío aún poseía en Galilea. Las restricciones de los derechos civiles de los judíos y la anulación de sus privilegios religiosos provoca el exilio de gran parte de la comunidad. La abolición del Sanedrín, a principios del siglo V d. C., traslada finalmente el liderago judío a las escuelas talmúdicas de Babilonia.

Al no poder ser enterrados en Israel, como era costumbre en épocas anteriores, los judíos no tienen otra alternativa que sepultar a sus muertos en la diáspora. Pero hay un problema. Según todas las profecías del Tanaj, la resurrección de los muertos tendrá lugar únicamente en la tierra de Israel. ¿Y qué sucederá entonces con los que estén enterrados fuera de Israel? Para responder a esta inquietante pregunta los sabios plantean un nuevo concepto teológico llamado, en hebreo, guilgul mejilot. Los difuntos sepultados en la diáspora rodarán por túneles subterráneos hasta llegar a la tierra de Israel. Una vez allí, participarán ellos también en la resurrección de los muertos. Un midrash de la Edad Media confirma esta creencia: "Dios les hará canales debajo de la tierra y rodarán por ellos hasta llegar al Monte de los Olivos que está en Jerusalén. Y Dios, desde lo alto del monte, abrirá un conducto para que puedan salir" (Pesikta Rabatí 31).

Aquí comenzará la resurrección de los muertos (Monte de los Olivos)
 
Pero esta idea presenta otro interrogante. ¿Cómo harán los judíos enterrados en la diáspora para viajar por canales subterráneos si su cuerpo se encuentra atrapado dentro de un sarcófago de piedra? La innovación rabínica del guilgul mejilot se traduce, en términos prácticos, en una modificación del método de sepultura. El pueblo judío abandona definitivamente los sarcófagos, utilizados durante la época de la Mishná y el Talmud, y comienza a enterrar a sus muertos directamente en la tierra. Sin ataúd. De esta manera, cuando llegue la era mesiánica, los cuerpos podrán realizar fácilmente el proceso de rotación subterránea, y resucitar en Israel. Actualmente, en los países cuyas leyes prohíben este sistema de enterramiento, la halajá determina que se debe construir un ataúd de madera con agujeros en la parte inferior, de tal modo que el difunto esté conectado con la tierra.
 
El cambio en el método de sepultura judía a lo largo de la historia es un claro ejemplo del dinamismo de la halajá. Un dinamismo que no sólo se ve reflejado en el método de enterramiento, sino también en la evolución de las creencias y costumbres vinculadas a la muerte.
 
Judío ultraortodoxo rezando en un tumba
 
Si desde la época de las escuelas talmúdicas de Babilonia, a partir del siglo V d. C., el principal método de sepultura en el judaísmo estaba relacionado con la creencia en el guilgul mejilot, el retorno del pueblo judío a su tierra y la creación del Estado de Israel (1948) han replanteado nuevamente el debate halájico en torno a este asunto.
 
Opinan algunas autoridades rabínicas, y con razón, que si a lo largo de la historia los judíos pudieron modificar la sepultura por motivos prácticos y religiosos, también en la actualidad es posible realizar las adaptaciones que se consideren relevantes y regresar a los métodos utilizados en el pasado. Ya que lo que se reforma, al fin y al cabo, es la técnica de enterramiento y no el concepto en sí mismo. Los soldados caídos del Ejército israelí, por ejemplo, son sepultados dentro de un ataúd cubierto con la bandera de Israel.
 
Entierro en ataúd de un soldado israelí
 
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Métodos de sepultura en el judaísmo (III): la época de la Mishná y el Talmud

Necrópolis judía de la época de la Mishná y el Talmud (Beit Shearim)
 
La Gran Revuelta Judía (67-73) y la Rebelión de Bar Kojba (132-135) generan una nueva realidad en la historia del pueblo judío. A partir de esos acontecimientos, los judíos comienzan a vivir fuera del territorio de Judea en contra de su propia voluntad. La situación es tan inestable que surge el temor, bastante razonable, de que al cabo de 12 meses ningún familiar pueda regresar al nicho del difunto para recolectar sus huesos y colocarlos en el interior de un osario, como era costumbre durante la época del Segundo Templo. Debido a que se trata de un sistema de enterramiento que consta de dos fases, la consecuencia halájica de no completar el procedimiento es que el difunto no ha sido enterrado. Y en el judaísmo enterrar a los muertos es una obligación. Por eso, el pueblo judío se ve nuevamente en la necesidad de modificar, esta vez por razones prácticas, el método de sepultura.

A mediados del siglo II d. C., la mayor parte de la comunidad judía se traslada a la zona de Galilea, en el norte del país. Allí adoptan el método de entierro más común entre los paganos, que consiste en depositar el cadáver del difunto en un sarcófago el día de su muerte. O en otras palabras: consiste en completar el proceso de sepultura el mismo día para no tener que regresar a la tumba al cabo de un tiempo determinado. Las cuevas mortuorias pasan a ser, en la época de la Mishná y el Talmud, enormes almacenes de sarcófagos amontonados.

Sarcófago judío del siglo III d. C. hallado
en la necrópolis de Beit Shearim
 
Los rabinos sabían que eran tiempos difíciles y que no todos los judíos podían vivir en Israel. Y en esa misma época desarrollan una idea teológica destinada a preservar el vínculo entre el pueblo judío y su tierra. Dice el Talmud de Babilonia: "El que está enterrado en la tierra de Israel es como si estuviera enterrado bajo el altar del Templo" (Ketuvot 111). Es decir, el judío que no tiene el privilegio de vivir en Israel al menos deberá esforzarse por ser enterrado en Israel.
 
En la época del Segundo Templo el cementerio más popular se encontraba en el Monte de los Olivos, pues la tradición afirma que allí comenzará la resurrección de los muertos de la era mesiánica. Pero en la época de la Mishná y el Talmud (siglos II-V d. C.) Jerusalén es una ciudad pagana (Aelia Capitolina). Los judíos no tienen permitido vivir en la ciudad, mucho menos ser enterrados en ella, de modo que se crea una pequeña disyuntiva. Por un lado, los judíos quieren ser enterrados en Israel. Por otro lado, el acceso a Jerusalén y al Monte de los Olivos está prohibido. ¿Acaso existe en Israel otro lugar digno para ser sepultado? La solución se halla en una ciudad de Galilea llamada Beit Shearim.
 
Sinagoga de Beit Shearim del siglo III d. C.
 
Junto con la mayor parte de la comunidad judía, también los grandes rabinos, los cohanim y el Sanedrín se trasladan a Galilea a raíz de la Rebelión de Bar Kojba. Entre ellos se encuentra Rabí Yehuda Hanasí, compilador de la Mishná y principal líder político y religioso de la época. El Talmud de Jerusalén relata que a su muerte, en la primera mitad del siglo III, fue enterrado conforme a su deseo en el cementerio de Beit Shearim. Este hecho convertirá a esta ciudad de Galilea en la principal necrópolis del pueblo judío de la época de la Mishná y el Talmud.
 
Los arqueólogos israelíes Benjamin Mazar y Nahman Avigad hallaron en las excavaciones de Beit Shearim más de 30 cuevas que contienen cientos de sarcófagos de piedra. Y es que judíos de todos los rincones de la diáspora encuentran en Beit Shearim, al lado de la tumba de Rabí Yehuda Hanasí, un lugar alternativo a Jerusalén para ser sepultados. De este modo, la necrópolis de Beit Shearim sustituye al Monte de los Olivos durante los siglos III-IV d. C., época de máximo esplendor de Aelia Capitolina, al tiempo que la tradición de los osarios, popular en la época del Segundo Templo, es relevada por sarcófagos.
 
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Métodos de sepultura en el judaísmo (II): la época del Segundo Templo

Cementerio judío en el Monte de los Olivos
(imagen extraída del documental El Segundo Templo)

Si durante la época del Primer Templo las cuevas mortuorias familiares estaban relacionadas con la creencia judía en la resurrección colectiva, a partir de la época del Segundo Templo comienza a desarrollarse una concepción diferente que viene acompañada por un cambio radical en el método de sepultura. La creencia primitiva de una resurrección colectiva da paso a una creencia más evolucionada según la cual la resurrección, al llegar la era mesiánica, sería una resurrección individual.

Esta transformación en la teología judía se fundamenta en la idea de la recompensa y el castigo divinos tras la muerte. Dice el Libro de Daniel: "Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua" (Daniel 12:2). De este versículo se desprende la idea de que las recompensas, o castigos, serán diferentes para cada persona. Al morir, cada uno se presenta ante Dios en un juicio celestial y, según sus acciones en la vida, es bendecido con el cielo o castigado con el infierno. El Libro de Daniel es uno de los libros más tardíos del Tanaj. Fue escrito en algún momento entre el periodo persa (siglos V-IV a. C.) y la Revuelta de los Macabeos (siglo II a. C.). Es decir, fue escrito durante la época del Segundo Templo, probablemente por los sabios de la Gran Asamblea, institución antecesora del Sanedrín.

Por tanto, si ahora la resurrección es individual y el juicio celestial es personal, la sepultura también tiene que ser individual. Y a partir de la época del Segundo Templo el pueblo judío comienza a enterrar a sus muertos de manera particular, cada uno por separado. Se excavaban cuevas en estructuras de roca. Pero, a diferencia de la técnica utilizada durante la época de los reyes de Judá, en estas cuevas no había plataformas de piedra donde apoyar los cuerpos, sino que se realizaban pequeños nichos en la pared (kujim, en hebreo) dentro de los cuales se depositaban los cadáveres. Cada nicho tenía una piedra giratoria en la entrada que le otorgaba al difunto cierta privacidad.

Nichos de la época del Segundo Templo con piedras
giratorias en la entrada (Horvat Burgin)
 
Mediante este nuevo sistema de enterramiento tampoco se esperaba, como ocurría en la época del Primer Templo, a que se llenaran las tumbas para vaciarlas. En el periodo del Segundo Templo se colocaba el cuerpo en el interior del nicho y se cerraba con la piedra giratoria, de tal modo que el nicho quedara totalmente sellado. Al cabo de 12 meses regresaban los familiares a la tumba, recolectaban con cuidado los huesos y los colocaban en un pequeño recipiente de piedra caliza llamado osario. El tamaño de los osarios varía dependiendo de la longitud del fémur, que es el hueso más largo del cuerpo humano. Conociendo este detalle es posible intuir la edad aproximada del difunto a través del tamaño del osario. Hoy en día, cuando los arqueólogos abren un osario lo que normalmente encuentran es una calavera (es lo último que se colocaba) y debajo los fémures cruzados. Los huesos más pequeños, normalmente reducidos a polvo por el paso del tiempo, permanecen en el fondo.
 
 Osarios de la época del Segundo Templo
(imagen extraída del documental El Segundo Templo)
 
¿Por qué regresaban los familiares al cabo de 12 meses para recoger los huesos y colocarlos en un osario? Según una creencia judía que se desarrolla precisamente durante la época del Segundo Templo, el infierno no es una condena eterna sino una especie de castigo temporal en donde cada uno paga por sus pecados antes de llegar al cielo. Y el tiempo máximo que una persona puede pasar en el infierno, después de ser juzgado por el tribunal celestial, es de 12 meses. Por eso, el día en el que se recolectaban los huesos para colocarlos en el osario (yom likut atzamot) era para los familiares un día de júbilo y alegría. Ese día se celebraba un banquete festivo en honor al difunto. Porque incluso si la persona había recibido tras su muerte el peor de los castigos posibles, 12 meses en el infierno, a partir de ese momento su alma ya se encontraba en el cielo.
 
Y mientras, en el plano terrenal, sus huesos eran preservados dentro del osario a la espera de la resurrección que tendría lugar en la era mesiánica. Una resurrección que, en la época del Segundo Templo, ya no es colectiva sino individual.
 
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Métodos de sepultura en el judaísmo (I): la época del Primer Templo

La sepultura en el judaísmo es halajá. Y esta obligatoriedad de sepultar a los muertos ha acompañado al pueblo judío a lo largo de toda su historia, desde la época de los patriarcas. Lo primero que hace Abraham cuando muere su esposa Sara es buscar un lugar para enterrarla: "Sara murió en Kiriat Arbá, también conocida como Hebrón, en la tierra de Canaán. Abraham vino a exaltar a Sara y a llorar por ella. Abraham se levantó de al lado de su muerto, y habló a los hijos de Jet. Soy un inmigrante y un residente entre ustedes –dijo–. Véndanme una propiedad para un lugar de sepultura con ustedes de modo que pueda yo enterrar a mi muerto" (Génesis 23:2-4).

Pero a pesar de la la importancia de la sepultura en el judaísmo, o tal vez debido a ello, el pueblo judío no siempre ha enterrado a sus muertos de la misma manera. Y en cada época diferente de la historia los judíos se han visto en la necesidad de adaptar el método de entierro a las condiciones políticas, sociales y religiosas que les rodeaban. De este modo, podemos distinguir hasta cuatro técnicas distintas de sepultura que se corresponden a los grandes periodos históricos del pueblo de Israel: época del Primer Templo; época del Segundo Templo; época de la Mishná y el Talmud; época de la Diáspora (hasta la actualidad).

Durante la época del Primer Templo el principal método de entierro consistía en cuevas mortuorias familiares. Se excavaban cuevas en estructuras de roca. Dentro de cada cueva había una habitación que contenía pequeñas plataformas de piedra alrededor de la pared en las cuales se apoyaban los cadáveres. Con el paso del tiempo el cuarto se iba llenando, y llegaba un momento en el que ya no quedaban bancos libres para colocar más cuerpos. Cuando esto sucedía, liberaban espacio arrastrando los huesos a una fosa común que generalmente se encontraba en la entrada de la cueva. Y así sucesivamente. El arqueólogo Gabriel Barkay, que dirigió las excavaciones en Katef Hinom (una necrópolis de Jerusalén de la época del Primer Templo), decidió bautizar este sistema de sepultura con el nombre de maasefá, que podría traducirse por repositorio. Según Barkay, la expresión bíblica neesaf el abotav (fue reunido junto a sus padres) hace referencia a este método de enterramiento propio de la época.

Cueva mortuoria familiar en Katef Hinom (Jerusalén)
de la época del Primer Templo
 
La manera en la que los judíos enterraban durante la época del Primer Templo estaba íntimamente relacionada con la creencia en la resurrección de los muertos. Se creía que la resurrección, cuando ésta se produjese, sería una resurrección colectiva. Y esta creencia se refleja claramente en la profecía de los huesos secos del Tanaj (Ezequiel 37), en la que todos los huesos se levantan juntos y recobran vida.
 
En una de las cuevas mortuorias de Katef Hinom fueron hallados en una maasefá huesos de hasta 69 personas diferentes. Si todos los muertos resucitan al mismo tiempo, tal y como se creía, no es necesario enterrar cada cuerpo por separado y la sepultura individual, al menos en la época del Primer Templo (siglos X-VI a. C.), no tiene ninguna relevancia.
 
Tumbas de la época del Primer Templo
en el Valle de Hinom (Jerusalén)
 
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El puente de Ad Halom

El Segundo Templo (2/2)


(Se recomienda reproducir a 720p)

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El Segundo Templo (primera parte)

El Segundo Templo (1/2)


(Se recomienda reproducir a 720p)

Documental relacionado:
El Segundo Templo (segunda parte)

Reflejos

Este blog está a punto de cumplir dos años. A lo largo de todo este tiempo hemos intentado ofrecerle al lector una imagen diferente de Israel. Hemos hablado de historia, de geografía, de religiones, de cultura, de arqueología. Hemos presentado varios lugares de Israel -algunos más conocidos, otros menos-, y hemos intentado hacerlo de una manera interesante y atrayente. En resumen, hemos estado paseando por Israel. Ése era -y sigue siendo- nuestro desafío cuando decidimos comenzar este proyecto.

Hace poco hemos inaugurado en el blog una sección de documentales gracias a la incorporación de Gabriel Colodro, experto en vídeo y fotografía digital, al equipo de Paseando por Israel. La buena recepción que han tenido los documentales -Tras los pasos del rabino de Nazaret y Paseando por los Bajos de Judea- nos ha animado a seguir en esa línea. Creemos que la combinación de artículos con la publicación de documentos audiovisuales mejorará la calidad del contenido y dotará al blog de un mayor atractivo para el lector.

Para dar formalmente inicio a esta nueva etapa queremos presentar una muestra del trabajo de Gabriel Colodro en Israel. A continuación exponemos algunas de sus últimas fotografías.

Aves volando sobre el Mar de Galilea
 
Judíos jasídicos caminando en la explanada
del Muro de las Lamentaciones
 
Parque Lajish, Ashdod
 
Flora de la región de Galilea
 
Callejuela del barrio judío de Jerusalén
 
Palestino en el mercado árabe de Jerusalén
 

Ruben, Ariel y Gabriel

Paseando por los Bajos de Judea


(Se recomienda reproducir a 720p)

Pésaj y la institución de la Eucaristía


Este año la denominada Semana Santa cristiana coincide con la fiesta de Pésaj, la Pascua judía. A lo largo de dos mil años todo lo bueno de la historia de Jesús ha sido desjudaizado por la Iglesia y todo lo judío, diabolizado. Por eso, muchos cristianos no conocen la estrecha relación que guardan estas dos festividades. La institución de la Eucaristía en la Ultima Cena, así como otros muchos ritos cristianos, tiene su origen en el judaísmo.

Pésaj es la festividad en la que los judíos conmemoran la salida de Egipto que relata el libro bíblico de Éxodo. Con mano fuerte y brazo extendido el pueblo de Israel fue sacado de la esclavitud y pasó a ser un pueblo libre en su tierra. Jesús, el rabí de Nazaret, ordenó a sus discípulos hacer los preparativos para la Pascua, tal y como está escrito:

"Llegó el día de los Ácimos, cuando había que sacrificar el cordero pascual, y Jesús envió a Pedro y a Juan diciéndoles: -Id y preparad la cena de Pésaj" (Lucas 22:7-8).
Pésaj es una fiesta que requiere una preparación previa. La cena de alabanza -el Séder- está determinada por unas normas que la tradición ha reagrupado en la llamada Hagadá o Relato de Pésaj. Ese mismo orden* fue respetado por Jesús y sus apóstoles durante la celebración del Séder, que más adelante recibiría el nombre de Última Cena.
"Durante la cena Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio (a sus discípulos) diciendo: -Tomad, esto es mi cuerpo. Después tomo un cáliz, dio gracias, se lo pasó a ellos y bebieron todos de él. Y les dijo: -Ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que será derramada por todos. Os aseguro que ya no beberé más más de este fruto de la vid hasta que beba un vino nuevo en el Reino de Dios. Después de haber cantado los himnos, salieron hacia el Monte de los Olivos" (Marcos 14:22-26).
Leemos en el Nuevo Testamento que, tal y como estipula la tradición judía, Jesús realizó durante la cena de Pésaj las bendiciones del pan (pan ácimo o matzá) y del vino. Ese momento ha sido bautizado por el cristianismo como el momento de la institución de la Eucaristía. Jesús parte un trozo de matzá (siguiendo el orden del Séder), lo bendice, lo reparte entre los apóstoles y les ordena "hacer esto en memoria mía" (Lucas 22:19). Y del mismo modo hace con el vino, presente en todas les festividades judías. Posteriormente reza los salmos de Halel y se retira al Monte de los Olivos, donde tendrá lugar la trágica traición de Judas.

La Santa Misa de la Iglesia Católica es el ritual en el que se ofrece el sacramento eucarístico, instituido por Jesús durante la celebración de su último Pésaj. Ello explica el hecho de que en la Misa** estén presentes los mismos elementos que en la Pascua judía: el pan ácimo y el vino. La
hostia tiene su origen indudable en la matzá.

Acercándonos a un ambiente de diálogo interreligioso, podríamos considerar a la Misa como el Pésaj diario de los cristianos.

* Si bien por aquel entonces el Séder no era exactamenter igual al que celebran los judíos de hoy en día, al que se le fueron incorporando tradiciones posteriores a lo largo de los siglos, no hay duda de que la cena realizada por Jesús cumplía con todos los requisitos halájicos de su época. En un acercamiento al personaje histórico de Jesús de Nazaret, queda claro que estuvo inmerso en un contexto judío. 

** Santa Cena (o Cena del Señor) en las congregaciones protestantes.

¡Feliz Semana Santa y Jag Pésaj Sameaj!

¿Una columna del Templo de Jerusalén?

La Plaza de Batéi Majasé (Casas de Refugio) fue uno de los últimos lugares en resistir el asedio jordano al Barrio Judío de la Ciudad Vieja de Jerusalén durante la Guerra de la Independencia. Decenas de sus habitantes se agruparon en esas casas en vísperas de la caída de Jerusalén hasta la rendición, el 28 de mayo de 1948. Los últimos combatientes judíos fueron llevados a Jordania como prisioneros de guerra, mientras que los civiles (mujeres y niños) fueron trasladados por la Puerta de Sion a las afueras de la Ciudad Vieja. Tras la Guerra de los Seis Días (1967) el edificio principal de la plaza, donado en sus orígenes por la familia Rothschild, fue restaurado en su totalidad, y las casas de alrededor fueron tansformadas en un colegio público para los niños del Barrio Judío.

Durante las excavaciones que llevó a cabo Nahman Avigad fueron hallados varios restos arqueológicos que datan de la época del Segundo Templo, uno de los cuales puede verse hoy en día en uno de los extremos de la plaza. Se trata de una espléndida columna coronada por un capitel jónico:

 
Hay investigadores que opinan que la columna corresponde a la época hasmonea, pero el arqueólogo Nahman Avigad tiene una teoría mucho más atractiva e interesante. Según su opinión, la conjunción de los elementos hallados en la columna con ciertos datos históricos permite formular la hipótesis de que se trata de una columna perteneciente al Segundo Templo de Jerusalén.
 
1. El anillo superior de la columna tiene la inscripción "9" en números romanos de una manera especial: VIIII en vez de IX. Esta curiosa manera romana de numerar era habitual únicamente entre los siglos I a. C. y I d. C.
 
2. A ambos lados de las volutas del capitel hay varios ornamentos florales tallados directamente en la piedra, así como cornucopias (cuernos de la abudancia) y ovas y dardos, típicos de los capiteles jónicos de los templos de arquitectura helénica.
 
3. En el siglo I a. C. Herodes el Grande comenzó una masiva renovación y expansión del Templo de Jerusalén. Herodes fue famoso por su crueldad contra aquellos que se le oponían, pero también adquirió fama como gran constructor, a tal grado que el Talmud declara que "quien no haya visto el edificio de Herodes no ha visto un edificio hermoso en sus días".
 
4. Al sur del recinto del Templo edificó Herodes un ostentoso pórtico real para deleitar a sus invitados. Al respecto escribe el historiador Flavio Josefo en Antigüedades judías que se trataba de "una estructura más digna de mención que cualquier otra bajo el sol". Según Josefo, desde el pórtico real "la altura del precipicio era enorme" hasta tal punto que "si alguien miraba desde la azotea se mareaba y su vista quedaba incapacitada para llegar al fondo de una profundidad tan insoldable".
 
¿Y cómo llegó la columna a la Plaza de Batéi Majasé (hallada in situ)? En el siglo VI d. C. el emperador Justiniano edificó la Iglesia Nea y amplió el cardo principal de Jerusalén para conectarla con la Iglesia del Santo Sepulcro y realizar procesiones religiosas entre ambas. En la construcción de la Nea se utilizaron piedras de edificios públicos antiguos. En esa época -época bizantina- el Monte del Templo permanecía desolado y destruido, y el Imperio bizantino no tenía ningún interés en construir sobre el monte para mantener vigente la profecía de Jesús: "No dejarán de ti piedra sobre piedra" (Lucas 19:44). Por tanto, cinco siglos después de la destrucción del Templo de Jerusalén, todavía quedaban restos antiguos de valor que podían reutilizarse en nuevos proyectos (en arqueología esta práctica se conoce como "spolia").
 
Es probable que el anillo superior de la columna haya sido el anillo nº 9 de una serie de anillos que formaban una de las tantas columnas del pórtico real de Herodes. Y el hecho de que la columna estuviese formada por un mínimo de nueve anillos es una clara evidencia de la magnificencia y la gran altura de dicho pórtico, tal como relata Flavio Josefo. Si a eso le sumamos que este tipo de capitel jónico solamente se colocaba en templos de la antigüedad y que la arqueología data el hallazgo entre los siglos I a. C. y I d. C., tal vez nos encontremos ante el único testimonio extraído directamente de la explanada del Templo de Jerusalén.
 
La Plaza de Batéi Majasé, con el edificio donado por la familia Rothschild y la columna hallada por Nahman Avigad durante las excavaciones arqueológicas

Tras los pasos del rabino de Nazaret

 
(Se recomienda visualizar en Full HD) 
 
Cámara y edición: Gabriel Colodro.
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Epitafio a Adriano


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