Cementerio judío en el Monte de los Olivos
(imagen extraída del documental El Segundo Templo)
Esta transformación en la teología judía se fundamenta en la idea de la recompensa y el castigo divinos tras la muerte. Dice el Libro de Daniel: "Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua" (Daniel 12:2). De este versículo se desprende la idea de que las recompensas, o castigos, serán diferentes para cada persona. Al morir, cada uno se presenta ante Dios en un juicio celestial y, según sus acciones en la vida, es bendecido con el cielo o castigado con el infierno. El Libro de Daniel es uno de los libros más tardíos del Tanaj. Fue escrito en algún momento entre el periodo persa (siglos V-IV a. C.) y la Revuelta de los Macabeos (siglo II a. C.). Es decir, fue escrito durante la época del Segundo Templo, probablemente por los sabios de la Gran Asamblea, institución antecesora del Sanedrín.
Por tanto, si ahora la resurrección es individual y el juicio celestial es personal, la sepultura también tiene que ser individual. Y a partir de la época del Segundo Templo el pueblo judío comienza a enterrar a sus muertos de manera particular, cada uno por separado. Se excavaban cuevas en estructuras de roca. Pero, a diferencia de la técnica utilizada durante la época de los reyes de Judá, en estas cuevas no había plataformas de piedra donde apoyar los cuerpos, sino que se realizaban pequeños nichos en la pared (kujim, en hebreo) dentro de los cuales se depositaban los cadáveres. Cada nicho tenía una piedra giratoria en la entrada que le otorgaba al difunto cierta privacidad.
Nichos de la época del Segundo Templo con piedras
giratorias en la entrada (Horvat Burgin)
Mediante este nuevo sistema de enterramiento tampoco se esperaba, como ocurría en la época del Primer Templo, a que se llenaran las tumbas para vaciarlas. En el periodo del Segundo Templo se colocaba el cuerpo en el interior del nicho y se cerraba con la piedra giratoria, de tal modo que el nicho quedara totalmente sellado. Al cabo de 12 meses regresaban los familiares a la tumba, recolectaban con cuidado los huesos y los colocaban en un pequeño recipiente de piedra caliza llamado osario. El tamaño de los osarios varía dependiendo de la longitud del fémur, que es el hueso más largo del cuerpo humano. Conociendo este detalle es posible intuir la edad aproximada del difunto a través del tamaño del osario. Hoy en día, cuando los arqueólogos abren un osario lo que normalmente encuentran es una calavera (es lo último que se colocaba) y debajo los fémures cruzados. Los huesos más pequeños, normalmente reducidos a polvo por el paso del tiempo, permanecen en el fondo.
(imagen extraída del documental El Segundo Templo)
¿Por qué regresaban los familiares al cabo de 12 meses para recoger los huesos y colocarlos en un osario? Según una creencia judía que se desarrolla precisamente durante la época del Segundo Templo, el infierno no es una condena eterna sino una especie de castigo temporal en donde cada uno paga por sus pecados antes de llegar al cielo. Y el tiempo máximo que una persona puede pasar en el infierno, después de ser juzgado por el tribunal celestial, es de 12 meses. Por eso, el día en el que se recolectaban los huesos para colocarlos en el osario (yom likut atzamot) era para los familiares un día de júbilo y alegría. Ese día se celebraba un banquete festivo en honor al difunto. Porque incluso si la persona había recibido tras su muerte el peor de los castigos posibles, 12 meses en el infierno, a partir de ese momento su alma ya se encontraba en el cielo.
Y mientras, en el plano terrenal, sus huesos eran preservados dentro del osario a la espera de la resurrección que tendría lugar en la era mesiánica. Una resurrección que, en la época del Segundo Templo, ya no es colectiva sino individual.
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