Necrópolis judía de la época de la Mishná y el Talmud (Beit Shearim)
La Gran Revuelta Judía (67-73) y la Rebelión de Bar Kojba (132-135) generan una nueva realidad en la historia del pueblo judío. A partir de esos acontecimientos, los judíos comienzan a vivir fuera del territorio de Judea en contra de su propia voluntad. La situación es tan inestable que surge el temor, bastante razonable, de que al cabo de 12 meses ningún familiar pueda regresar al nicho del difunto para recolectar sus huesos y colocarlos en el interior de un osario, como era costumbre durante la época del Segundo Templo. Debido a que se trata de un sistema de enterramiento que consta de dos fases, la consecuencia halájica de no completar el procedimiento es que el difunto no ha sido enterrado. Y en el judaísmo enterrar a los muertos es una obligación. Por eso, el pueblo judío se ve nuevamente en la necesidad de modificar, esta vez por razones prácticas, el método de sepultura. A mediados del siglo II d. C., la mayor parte de la comunidad judía se traslada a la zona de Galilea, en el norte del país. Allí adoptan el método de entierro más común entre los paganos, que consiste en depositar el cadáver del difunto en un sarcófago el día de su muerte. O en otras palabras: consiste en completar el proceso de sepultura el mismo día para no tener que regresar a la tumba al cabo de un tiempo determinado. Las cuevas mortuorias pasan a ser, en la época de la Mishná y el Talmud, enormes almacenes de sarcófagos amontonados.
Sarcófago judío del siglo III d. C. hallado
en la necrópolis de Beit Shearim
Los rabinos sabían que eran tiempos difíciles y que no todos los judíos podían vivir en Israel. Y en esa misma época desarrollan una idea teológica destinada a preservar el vínculo entre el pueblo judío y su tierra. Dice el Talmud de Babilonia: "El que está enterrado en la tierra de Israel es como si estuviera enterrado bajo el altar del Templo" (Ketuvot 111). Es decir, el judío que no tiene el privilegio de vivir en Israel al menos deberá esforzarse por ser enterrado en Israel.
En la época del Segundo Templo el cementerio más popular se encontraba en el Monte de los Olivos, pues la tradición afirma que allí comenzará la resurrección de los muertos de la era mesiánica. Pero en la época de la Mishná y el Talmud (siglos II-V d. C.) Jerusalén es una ciudad pagana (Aelia Capitolina). Los judíos no tienen permitido vivir en la ciudad, mucho menos ser enterrados en ella, de modo que se crea una pequeña disyuntiva. Por un lado, los judíos quieren ser enterrados en Israel. Por otro lado, el acceso a Jerusalén y al Monte de los Olivos está prohibido. ¿Acaso existe en Israel otro lugar digno para ser sepultado? La solución se halla en una ciudad de Galilea llamada Beit Shearim.
Sinagoga de Beit Shearim del siglo III d. C.
Junto con la mayor parte de la comunidad judía, también los grandes rabinos, los cohanim y el Sanedrín se trasladan a Galilea a raíz de la Rebelión de Bar Kojba. Entre ellos se encuentra Rabí Yehuda Hanasí, compilador de la Mishná y principal líder político y religioso de la época. El Talmud de Jerusalén relata que a su muerte, en la primera mitad del siglo III, fue enterrado conforme a su deseo en el cementerio de Beit Shearim. Este hecho convertirá a esta ciudad de Galilea en la principal necrópolis del pueblo judío de la época de la Mishná y el Talmud.
Los arqueólogos israelíes Benjamin Mazar y Nahman Avigad hallaron en las excavaciones de Beit Shearim más de 30 cuevas que contienen cientos de sarcófagos de piedra. Y es que judíos de todos los rincones de la diáspora encuentran en Beit Shearim, al lado de la tumba de Rabí Yehuda Hanasí, un lugar alternativo a Jerusalén para ser sepultados. De este modo, la necrópolis de Beit Shearim sustituye al Monte de los Olivos durante los siglos III-IV d. C., época de máximo esplendor de Aelia Capitolina, al tiempo que la tradición de los osarios, popular en la época del Segundo Templo, es relevada por sarcófagos.
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1 comentarios:
Gracias por darnos datos históricos que nos acercan a la comprensión de la Oración de Jesús en el Huerto de los Olivos y de su entierro, custodiado el sepulcro por guardias romanos, que se espantaron por motivo de la resurrección de Jesús
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